27 ago 2007
Cuarto
De seguro una imaginable carga de tristeza se apoltrona hoy en toda tu estructura. Ha pasado tanto tiempo y sin embargo… El oficio de espectador tiene su lado negro, su contracara plañidera porque no llega uno a acostumbrarse a una imagen, un nombre escrito al azar en esos momentos en que todo va tan bien y desde lejos se aprecia la brisa alegre de las promesas, que de repente, como en un torbellino pegajoso de nuevo romance y celos, hay ese otro desconocido haciéndose presente con su marca perpetua o su frase arrancada de una sonrisa a contrapelo, haciendole notar a la dueña de casa que todo ha cambiado y desde ahora. Los ciclos de la vida, nada más. Algo a lo que nunca te acostumbrarás salvo por verte un poco más lento y perezoso y luego viene el fin; es inevitable. Telefonean a una mueblería y eligen otro, uno acorde con la época, claro. Pero no hay razón para pensar en eso ahora, no todavía. Lo terrible de ser así está en esa deliberada inmobilidad que te expone a la suerte de cualquier nuevo huesped, un intruso con pretensiones de renovación y protagonismo, con en las manos la intensión de tapar el pasado que fueron los otros pero es también tu cara, con en la mente alguno otra fracesita gastada y (¡Horror!) un deforme simétrico sesgado corazón, trazado en finas líneas de asqueroso romanticismo. Es repugnante, lo sé, y te debe resultar incomprensible por qué te han elegido a tí entre tantos lugares, qué puedo decirte: el destino, hermano. También a mí se debe tu tristeza
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