2 may 2007

Memoria

I

Y yo solo con una caña en mis manos.
La noche está desierta, la luna en menguante
y olía la tierra por la última lluvia.

Susurré: "la memoria, por donde la toques, duele,
el cielo es escaso, ya no existe mar,
lo que se mata de día se arroja a carradas detrás
de la colina".

Mis dedos jugaban distraidamente con esa flauta
que me regaló un viejo pastor porque le dije buen día;
los demás han borrado todo saludo:
despiertan, se afeitan y comienzan la jornada de la
matanza,
como se poda o se opera, metódicamente, sin pasión;
el dolor es un cadáver como Patroclo y nadie se
equivoca.

Pensé tocar un aria, pero tuve vergüenza del otro mundo
ese que me observa más allá de la noche en medio de mi
luz
que tejen los cuerpos vivos, los corazones desnudos
y el amor que pertenece también a las Furias
como al hombre y la piedra y al agua y la hierba
y al animal que mira cara a cara a la muerte que viene a
prenderlo.

Así avancé por el oscuro sendero
y di vueltas en el jardín y cavé y enterré la caña
y otra vez susurré: "Vendrá un amanecer la resurrección,
como brillan los árboles en primavera resplandecerá el
rosa del amanecer,
el mar volverá y nuevamente la ola arrojará a Afrodita.
Somos la simiente que perece. Y entré en mi casa vacía.


(Fragmento) de Yorgos Seferis

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